He leído con atención las declaraciones de conciudadanos venezolanos
de distintas corrientes del pensamiento, con relación al tema de la huerta
familiar, huerto urbano, conuco, gallineros verticales, cultivos hidropónicos y
demás denominaciones. En unas denigrando ciegamente la idea de tales
emprendimientos y en otras alabando, también ciegamente, las bondades de los
mismos.
Para empezar quisiera dejar en claro que la huerta urbana no
puede ser tratada como un tema político ni ideológico. La huerta urbana es un
concepto que incluso está ganando adeptos en las naciones capitalistas modernas
de Europa y América, donde los productos “orgánicos”, es decir, los producidos
sin aditivos químicos industriales y con semillas no transgénicas, son más costosos
que los productos industrializados. En estos países los productos orgánicos se
han convertido no solo en un medio para complementar la alimentación familiar
sino que también son un componente más de la oferta de mercado, aunque, decirlo
es necesario, solo ocupan un muy pequeño porcentaje de esa oferta, que según la
FAO está en el orden del 20% en esos países modernos (En las economías emergentes
y en los países más pobres ese porcentaje es significativamente menor).
Es necesario aclarar también que ese 20% de participación en
el mercado de productos orgánicos no proviene propiamente de las huertas
urbanas sino de emprendimientos industriales que incorporan técnicas
mecanizadas de cultivo, que optimizan el uso de fuentes sustentables de energía
y que se adaptan a las condiciones culturales de las comunidades, sin usar
pesticidas ni ningún otro producto industrial tóxico ni genéticamente
modificado.
¿Puede una nación como Venezuela impulsar el concepto de huerta
urbana y la generación de productos orgánicos? Sí, claro que puede. ¿Puede la
huerta urbana en Venezuela ser la solución para el desabastecimiento de
productos agroalimenticios en las
actuales circunstancias? No; lamentablemente. La huerta urbana no consiste
en sembrar una planta de pimentón o de tomate en una maceta. Para tener una
huerta urbana sustentable en primer lugar se necesita espacio. Una familia de 4
o 5 miembros necesita de unos 10 metros cuadrados de espacio para satisfacer
sus necesidades de hortalizas con una huerta urbana, es decir se necesita una
parcela de 2 x 5 metros completamente cultivada, lo que en la realidad se
convierte en una parcela de al menos 15 metros cuadrados pues se necesitan unos
5 metros cuadrados para poder movilizarse entre los cultivos. ¿Quién posee una
parcela de esas dimensiones si vive en un apartamento? Incluso viviendo en una
casa en cualquiera de las barriadas caraqueñas, ¿quién puede darse el lujo de
contar con ese espacio disponible?
Por otro lado, ¿posee la población el conocimiento técnico
necesario para que la huerta urbana sea productiva? Difícilmente. Por ejemplo,
la huerta urbana necesita de abonos orgánicos y la mejor forma de obtenerlos es
el compostaje y la vermicultura. Pero hacen falta más de seis meses para
obtener abono orgánico a partir de esos métodos, además de que es necesario conocer
cuáles desechos pueden utilizarse para el compostaje y cómo deben procesarse. Por
otro lado, deben sumarse otros 2 metros cuadrados a los 15 de cultivo para
ubicar la compostera o la vermicompostera.
Además, ¿sabe la población cómo obtener semillas viables? ¿Sabe
cómo almacenar esas semillas? ¿Sabe cómo germinarlas? ¿Sabe en qué época del
año deben sembrarse? ¿Sabe cuáles son las necesidades de riego de la huerta? ¿Tiene
acceso a suficiente agua? ¿Puede obtener agua de lluvia y tiene suficiente
espacio para almacenarla? ¿Sabe cuáles enfermedades y plagas son comunes a las
especies vegetales sembradas y cómo prevenirlas y combatirlas? ¿Sabe cómo
construir y mantener una compostera?
¡Ojala alguien tomara estas preguntas y las hiciera entre
los habitantes de cualquier comunidad urbana!
Podría apostar que más del 95% de los encuestados contestarían negativamente a
más del 70% de las preguntas.
Aquí se debe indicar que no es lo mismo una huerta urbana
que un conuco. Cuando hablamos de un conuco estamos hablando de un método de
cultivo de subsistencia que no toma en cuenta el uso óptimo de los recursos ni
usa métodos eficientes de producción. Hablar de un conuco es retrotraernos a la
agricultura de hace 200 años donde se quemaba el terreno después de la cosecha
y el riego era por inundación. En una ciudad supondría un peligro prenderle
fuego al patio de la casa y no sería conveniente dejar la llave del agua
abierta para regar el cultivo. Un conuco propiamente dicho necesitaría más
espacio para producir la misma cantidad de alimentos que una huerta urbana
moderna.
Por eso, si el Estado venezolano quiere ponerse como meta a
mediano plazo (5 a 10 años) impulsar la producción de alimentos en huertos
urbanos de modo que cubra un porcentaje importante de las necesidades de las
ciudades, debería comenzar por incluir de manera obligatoria los conocimientos
agrícolas en todos los niveles de educación, incluyendo el universitario. Esto
debería incluir no solamente la teoría sino también la práctica, lo que implica
contar con espacios agrícolas en todas las escuelas, liceos y universidades,
tanto públicas como privadas. Además debería contar con docentes capacitados
que inculquen estos conocimientos a la población escolar. Todo esto requiere
dinero, pero principalmente se necesita tiempo, y esto es justamente lo que no
tenemos en este momento.
Así que lamentablemente la solución al desabastecimiento
actual de productos agrícolas, tanto animales como vegetales, deberá comenzar
con la importación de los mismos, mientras se estimula a los grandes
productores nacionales. Venezuela como país tiene la capacidad de
autoabastecerse de casi todos los productos agropecuarios que consume su población.
Pero para lograrlo debe dejarse a un lado la ideologización de la producción
agrícola y aceptar de una vez y para siempre que Carlos Marx y Adam Smith nunca
sembraron una hortaliza ni criaron un pollo.