
Lo que no nos cuentan es lo que pasó varios meses o años después. ¿Qué pasó después que la esbelta dulcinea quedó embarazada y perdió su hermosa figura o cuando al "príncipe" adorado le creció su pancita cervecera o perdió su hermosa cabellera para dar paso a una reluciente calva? ¿Qué pasó cuando, durante el almuerzo cotidiano después de haber quedado satisfecho por la rica comida que le preparó su amada, aquel "príncipe" lanzó un sonoro eructo o algo peor? ¿Qué pasó cuando cansada de las tareas domésticas (créanme los machos, que las tareas domésticas son agotadoras) la ya no tan preciosa "dulcinea" le dijo NO a las insinuaciones sensuales de su anterior ídolo? ¿O qué fue lo que pasó para que el "lo que tu gustes, mi amor" cambiara por un "siempre se hace lo que a ti te da la gana"?
Mucha tela se ha cortado sobre el tema. Se ha hablado de "que se acabó el amor" o "que nunca hubo amor" o peor aún, "es que se enamoró de otro(a)". En resumen todo es culpa del amor. No estoy de acuerdo con esas tesis. El amor es un sentimiento muy abarcador como para ubicarlo solo en el matrimonio. ¡Con decir que hasta se puede amar a los enemigos! (Mateo 5:44)
Mi tesis es que para que un matrimonio perdure debe existir principalmente respeto mutuo. Y ese respeto comienza por entender y aceptar que nuestro cónyuge es diferente de nosotros. Y esa diferencia no se circunscribe únicamente al asunto del género, porque si no, yo simplemente diría como dicen los franceses: "vive la différence!". Hay que entender que nuestro cónyuge viene de un ambiente familiar y cultural diferente. Las diferencias pueden ser tan diversas que sería imposible enumerarlas todas. Vamos a utilizar un ejemplo clásico de las novelas rosas: el niño rico que se enamora de la niña de escasos recursos. Cualquiera creería que solo basta con que la niña se saque el premio mayor de la lotería para que se le resuelvan todos sus problemas de compatibilidad. Nada mas lejos de la realidad.
¡Es que hasta hablamos diferentes dialectos! Por ejemplo, en mi vida nunca había oído que a la llovizna leve se le llama en algunos sitios harinear, pero mi esposa n

El respeto también implica el reconocimiento y aceptación de la individualidad. Sin embargo, se ha idealizado la relación matrimonial como el "desarrollo de lo nuestro": ya no somos tu y yo, ahora somos nosotros; ya no es lo tuyo y lo mio, ahora es lo nuestro; etc. Lo siento mucho, pero los zapatos que yo me pongo son míos, no de mi esposa; y lo mismo puedo decir de su ropa interior: es de ella (aunque no falta algún travestido al que le guste vestirse con la ropa de su mujer).
Hace tiempo vi una serie que se llamaba step by step. Trataba de una pareja donde cada uno había tenido tres hijos antes de casarse de nuevo y que ahora tenían una hija de ellos dos. En ese caso se podía decir en cuanto a los hijos: "esos: son los tuyos, estos: son los míos y ésta: la nuestra". Claro está que en la serie se mostraban los pasos (del inglés step) que la familia iba dando para poder congeniar y conseguir la felicidad. También mostraba que los "tuyos" también eran "míos" y viceversa (en inglés las relaciones de esta índole comienzan con la palabra step: stepfather, stepmother, stepsister, stepbrother). Pero se mostraba a todas luces que la aceptación de las diferencias culturales y familiares era parte de los pasos que debían dar cada uno de los miembros de esta familia para poder llevarse bien y mantenerse unidos.
Esto demuestra que el matrimonio no pone fin a la individualidad, mas bien los individuos colaboran para que el proyecto familiar tenga éxito. Esta colaboración pudiera exigir en muchos casos que el individuo voluntariamente y ejerciendo su libre albedrío decida hacer o dejar de hacer algunas cosas por las que no se siente muy inclinado. Por ejemplo, a nadie le gusta limpiar los excrementos de otros, pero los padres y madres lo hacen por sus hijos mientras son bebes e infantes, solo para mencionar este caso. De la misma manera el respeto hacia el otro, la aceptación de nuestras diferencias, nos lleva ceder en muchos aspectos con el fin de mantener la paz y unidad marital y familiar.
Imaginemos que nos hemos reunido con varios amigos para jugar dominó o cartas, solo por diversión, nada de apuestas ni de dinero involucrado. Por supuesto, cada uno de los jugadores queremos ganar, pero no hacemos ningún escándalo si otro gana. Total, solo estamos pasando el rato sanamente. Claro que la competencia agrega emoción al juego, pero lo que realmente apreciamos es la conversación, las bromas, el intercambio emocional con los amigos.
En el matrimonio, a veces cedemos y hacemos las cosas para complacer a nuestro cónyuge; otras veces nuestro cónyuge es el que cede para complacernos. ¿Quien gana o quien pierde? Nadie está pensando en eso. Al final hemos jugado, conversado, reído y lo más importante, hemos vivido.